4/02/2018

TRES CAPÍTULOS


Tana, soy yo...





Sinopsis



La vida me jugó una mala pasada, el destino que me había trazado giró sobre su propio eje y me obligó a reescribir mi existencia. El dolor de las perdidas hizo que me replanteara los conceptos preestablecidos y abrió mis ojos a la realidad. Los que en un primer momento creía que eran mis amigos y mi amor incondicional de repente se convirtieron en mis verdugos.

Como Don Quijote, entré en una lucha constante contra molinos de viento, pero no eran irrealidades, sino recuerdos.Personas desconocidas a las que debo todo me tendieron su mano, salvaron mi vida y acompañaron mis pasos de forma desinteresada.

Un nuevo amor intentó entrar en mi vida, pero... ¿cómo confiar cuando no te queda nada más que el amargo sabor del desamor y el puñal de la traición clavado en tu corazón? No será fácil para Lucca, él deberá atravesar el rosal dispuesto a clavarse de espinas si quiere llegar a mi alma y sanar las sangrantes heridas de una mujer sin pasado.

Tana soy yo, y me pregunto... ¿se puede escapar del abismo del olvido?




1



Lucca

Julián caminaba de un lado a otro sin nada de paciencia, estaba desesperado y no tener pistas lo desesperaba aún más. Para él, yo era el mejor investigando, nunca nadie se me ocultó lo suficiente como para que no pudiera encontrarlo. Saber que no había hecho ningún avance en casi un año lo ponía loco.
—¿Puedes tranquilizarte de una buena vez? —pregunté y exigí en tono enérgico.
—Es que no lo entiendo. ¿Cómo es posible que no tengas ningún indicio en tanto tiempo?
—No ha pasado tanto tiempo si lo piensas fríamente, es lo usual cuando se busca a una persona sin tener idea de dónde puede estar. Es como buscar una aguja en un pajar.
—¿En este siglo? ¿Con tanta tecnología? —la incredulidad de Julián reflejada en su voz.
—La tecnología no te sirve de nada si la persona que buscas no utiliza celular, computadora, tarjeta de crédito, o no aparece en la base de datos de algún lugar. Estamos buscando a ciegas, pero debes confiar en mí, la encontraré.
—Confío en ti, te confío mi vida y te confié la de ella, pero me desespera no saber nada. Es la primera vez que pasa tanto tiempo alejada, estoy acostumbrado a tenerla. Temo si...
—¡Ni lo pienses! Además, lo sabríamos. Te prometí que te la devolvería y eso haré, déjame hacer mi trabajo, es normal que estés ansioso, trata de calmarte. Pronto resolveremos este enigma y todo no será más que un mal recuerdo.
—Ojalá fuera verdad, mantener las esperanzas de encontrarla a veces me es muy difícil.
—Debes tener fe amigo, recuerda que ella lo hubiera querido así.
—Lo sé.
—¿Entonces viajarás a España? —pregunté.
—Si no corroboro los datos que me han llegado, no me quedaré tranquilo.
—Si le haces caso a toda esa gente que te escribe, te volverás loco —no encontré nuevos argumentos para convencerlo de quedarse— ¿No has pensado que nadie sabe de su desaparición? Los anónimos te los manda la persona que sabe dónde está y es para despistarte.
—Son las dos únicas cosas que me quedan por hacer, hermano. Ir tras las pistas y confiar en ti —aseguró Julián con tristeza—. He pensado lo mismo que tú, pero al recibirlas y no corroborarlas me da la sensación de haber renunciado a ella y eso jamás lo haré.
En los años que hacía que conocía a Julián, nunca lo vi tan mal, delgado, demacrado. Casi no dormía, comía poco y nada, viajaba de un lado a otro del mundo, verificando cada indicio que le hacían llegar. Y cada una de esas pistas falsas le agregaba una cicatriz a su alma, que le otorgaba amargura a su rostro. Ver a mi amigo desesperado me partía el corazón, salvó mi vida casi sin conocerme y yo no podía ayudarlo en lo único que me había pedido en todos estos años.
—Yo en cambio confío más en mi instinto y en mi experiencia, por lo que me voy a trasladar a la gran ciudad, estoy casi seguro de que Nueva York me dará las respuestas que necesito. Apenas tenga mi nueva dirección te la haré llegar.
—Confío en ti hermano, nos mantenemos en contacto —respondió Julián apurado saliendo con su bolso de viaje en la mano, tras despedirnos.
Estaba siguiendo una pista en concreto, que obtuve de una de las cámaras del peaje apostada a lo largo de la ruta que partía de las afueras de la ciudad, de una casa de veraneo hasta el corazón de la gran manzana. Allí se veía algo borroso que me molestaba y cuando eso pasaba, casi nunca me equivocaba. Tenía alquilado un apartamento, me trasladaré hasta llegar al fondo del asunto. Nunca tuve un caso sin resolver y este no sería el primero.
Conocí a Julián cinco años atrás, cuando nos encontramos en un bar de Londres, ambos éramos americanos y estábamos allí por nuestros respectivos negocios. En realidad, era él quien hacía negocios, yo estaba infiltrado por el gobierno de mi país, de vez en cuando prestaba servicios de investigación a quien me lo pidiera. Mi fortuna personal proviene de los negocios navieros que tengo en sociedad con mi familia. Mis abuelos, mi padre, mis hermanos y yo continuamos con el legado de nuestros ancestros, empezado hace casi un siglo.
 Como solo se requería de mi presencia en las oficinas en contadas ocasiones, aprovechaba mi tiempo en hacer algo que siempre me gustó: investigar, saber cuáles eran los motivos que llevaron a tal o cual persona a obrar de alguna manera en especial. La mente humana para mí era un misterio apasionante de resolver, aunque sabía que no encontraría todas las explicaciones siempre. Pero al menos, buscar pistas, señales, documentos, me acercaban un poco a la mentalidad del investigado, eran tantas las formas extrañas de obrar del ser humano.
Esa noche Julián salvó mi vida y me sacó del país. Luego de un par de cervezas, nos estábamos por ir a dormir cuando nos dimos cuenta de que nos alojábamos en el mismo hotel. Fuimos hasta allí caminando mientras conversábamos, nos caímos muy bien, teníamos afinidades. Nos fuimos cada uno a nuestra habitación, pero en la mía me estaban esperando, no solía estar desprevenido, pero no estaba investigando nada peligroso, razón por la que estaba relajado. Ese fue un error que aprendí de la peor manera y jamás me volvió a suceder, me apuñalaron varias veces y me dieron por muerto. Cuando se fueron y me dejaron solo, fui arrastrándome como pude hasta el final del pasillo donde estaba la habitación de Julián. 
Él me recibió sin hacer preguntas, como tenía algunos conocimientos de medicina, examinó mis heridas y luego de determinar que no eran muy profundas y que no estaba comprometido ningún órgano vital, me dio unas puntadas en cada una. Levantó sus cosas, fue por las mías a mi habitación y pidió un taxi hasta la embajada estadounidense. Allí dijo que era su hermano y que estaba enfermo, enseguida nos consiguieron lugares en un avión de regreso a casa. Sin hacernos ningún tipo de preguntas, solo obedecían sus órdenes.
Cuando estuve totalmente recuperado, fui a visitarlo a su casa y le conté cúal era mi trabajo. Pero él nunca me dijo por qué pudimos salir tan fácil del país, solo sonrió. A partir de ese día nos encontrábamos en varios puntos del mundo y siempre estábamos en contacto. Cuando me contó lo sucedido, no dudé en tomar el primer vuelo que me trajera de regreso al país, en ese momento me encontraba buscando unas pistas en Italia. No me importó, habría tiempo de atrapar al contrabandista, mi amigo estaba primero.


Llegué a mi nuevo apartamento alquilado. Le encargué la correspondencia a mi vecina de la puerta que quedaba al lado de la mía, al final del pasillo. Esperaba unos papeles importantes y di esa nueva dirección. Para mí, lo primero al llegar a un lugar desconocido era dar una vuelta de reconocimiento y apreciar la seguridad del edificio y barrio en general. Lo que traje fueron un par de aparatos electrónicos y computadoras de lo más caro en el mercado, para tentar la suerte. Sí, quizás soy un poco obsesivo, luego de un par de asaltos que tuve por mi trabajo de muy joven aprendí a buscar mi propia seguridad. Tenía una salida de emergencia por la parte de atrás que daba a un callejón y de allí a una arteria principal. También una escalera de incendios que permitía escapar por los techos vecinos o directamente bajar a la calle, en caso de ser necesario.
Observé sentado en el café que estaba justo frente a mi edificio, la gente parecía tranquila. No se armaban reuniones de sospechosos en las esquinas como en otros vecindarios. En eso vi salir a la vecina a quien le había encargado la correspondencia, Tamara dijo que se llamaba, claro que la investigué de antemano al igual que al resto de los inquilinos. Tamara Sullivan era enfermera del Presbyterian Hospital, vivía sola, no se le conocían parientes y tenía muchas amistades. El apartamento que ocupaba se lo había heredado su abuela hacía un par de años. Por lo demás no tenía antecedentes policiales, ni siquiera una multa de tránsito, una ciudadana ejemplar. Contaba con una pequeña cuenta de ahorros, que engrosaba todos los meses al depositar su sueldo casi al completo. En honor a la verdad cuando la conocí me cayó muy bien, una chica muy simpática, atenta y de impresionante belleza.
El conserje del edificio no era trigo limpio, pero el dueño me aseguró que el tipo se comportaba y no tenía problemas con la ley desde hacía un par de años, cuando comenzó a trabajar para él. De todas maneras, lo mantendría vigilado. Sin que nadie se diera cuenta puse un par de cámaras en la entrada al edificio, en todos los pasillos y frente a mi puerta. Sería el primero en enterarme de todo lo que ocurriera, también alerté a un amigo mostrándole algunas fotos, él se encargaba de controlar las cámaras en varios puntos de la ciudad. Me debía un favor, si veía a alguien sospechoso, me llamaría inmediatamente. 
Extendí mis tentáculos por toda la ciudad, si ocurría algo me enteraría muy pronto. Pero quería ser el primero, sabía que Julián y yo no éramos los únicos que la buscábamos y no podía permitir que cualquiera llegara antes, sería muy peligroso para ella. Vendrían largas jornadas de vigilancia y extenuantes horas frente al ordenador buscando rostros por la ciudad que me condujeran a mi objetivo. Luego de varios días, decidí que era bastante seguro, por lo que me trasladé definitivamente al apartamento G.
Allí estaba tranquilo a todas horas, las cámaras mostraban la salida y entrada de mis vecinos, casi me había aprendido los movimientos y horarios de todos. Las costumbres de los mensajeros, el florista de la otra cuadra que traía un ramo de flores una vez por semana al apartamento H, lo enviaba el inquilino del apartamento A. Pero si se encontraban en los pasillos de casualidad ni se miraban.
Así pasé un mes entero sin ninguna noticia, estaba frustrado, comenzaba a pensar como Julián, que nunca la encontraríamos. Y quizás fuera así, a lo mejor murió sola en algún lugar y nadie se enteró. Mi vecina Tamara me alcanzó la correspondencia y no la volví a ver, se tomó unos días, según dijeron en el trabajo.
—Hola, ¿qué novedades me tienes? —preguntó Julián al teléfono.
—Hola, acabo de tirar mis redes al mar, tienes que darme tiempo para pescar algo de valor —en realidad no sabía qué responderle.
—Mi pista fue un fiasco otra vez.
—¿Cuándo vuelves?
—No lo sé, viajaré a México, creo que allí hay algo sólido —aseguró Julián.
—Tienes que volver aquí Julián, no puedes recorrer el mundo, nada te asegura que haya dejado el país como pretenden hacerte creer. Ni siquiera ha usado su pasaporte.
—Si no continúo siguiendo las pistas, querrá decir que ha muerto y no estoy dispuesto a aceptarlo. No todavía, ¿es que no lo comprendes?
—Lo comprendo, pero creo que no conseguirás nada fuera de aquí. Además, si la encuentro, que lo haré, te necesitaré aquí para ella.
—Te prometo que esta será la última, hermano.
—Julián, vuelve.
—Pronto —aseguró y colgó el teléfono.
Julián se desmoronaba y no podía hacer nada para evitarlo, no tenía el menor indicio de dónde comenzar a buscar. Me sentía impotente ante el dolor de mi amigo y la falta de la punta del maldito ovillo que me llevara a desenredar el drama ocurrido. No podía creer que, con tanta experiencia y recursos, tuviera las manos vacías. ¿De qué me servían tantos años inmerso en investigaciones, tras investigaciones, tantos contactos importantes, tanta tecnología a mi alcance, y no poder encontrar a una persona?
Una única y sola persona, que es la vida entera de mi mejor amigo y soy incapaz de encontrar nada. ¿Cuántas veces he vuelto atrás, al principio y he recorrido todos y cada uno de los pasos que ella dio cuando fue vista por última vez? ¿Qué era lo se me pasaba por alto? El pensamiento era recurrente, no tenía idea. Pero por Julián tenía que volver a hacerlo tantas veces como fuera necesario, hasta descubrir el misterio. Lo primero era esa dichosa cinta que veía una y otra vez, algo de lo que allí había no estaba bien, pero no sabía qué era. 
¡La patente! Sí, las patentes de ambos vehículos le pertenecían a ella, pasaba por dos ventanillas de peaje una al lado de la otra, pero no podía estar manejando ambos vehículos a la vez. Eso era lo que se me estaba escapando. ¿Quién era el ocupante del otro auto? Podrían ser muchísimas personas, alguna amiga, algún empleado de la firma de la que era dueña, un empleado de su casa... la lista continuaba y era extensa.
Al menos tenía algo que investigar, con los empleados sería fácil, tenía un listado de todos, la posición que ocupaban y los horarios de entrada y salida del mes en que desapareció. La cámara de la empresa y de la casa para corroborar sus afirmaciones. Si alguien mentía lo descubriría. Una vez descartados los empleados, empezaría con las amistades.
Eso me sería más difícil pero no imposible, Julián me había dado una lista con pelos y señales de cada uno de ellos y sus costumbres. Pero solo una llamó mi atención e hizo sonar las campanas de mi cerebro alertándome. Después de los empleados ella sería la siguiente, después Antonio por supuesto, él para mí se llevaba el premio mayor de los implicados, aunque demostrara una y otra vez que estaba limpio y su coartada fuera inmaculada. 
El énfasis que se esmeraba en poner en su impecable actuación de hombre dolido y preocupado, no me convencía. Tampoco el de la mejor amiga y ni hablar de su tío, el tipo me daba la impresión de ser un estratega consumado, de esos jugadores que siempre apuestan a ganador y aunque su mano fuera la peor de todas, igual ganaban y nadie ponía en duda su juego. Todo me hacía pensar que eran ellos los que enviaban a Julián lo más lejos posible de cualquier pista que pudiera conducirlo a ella. Pero desconocían que en realidad el que investigaba era yo, no él.


2
Tamara 

Mi vida no fue exactamente color de rosa como en las novelas. Mi padre nos abandonó a mi madre y a mí, cuando tenía cinco años. ¿Quién le hace algo así a una niña tan pequeña que lo adoraba? ¡Un desgraciado! Al poco tiempo se paseaba delante de nosotras con su nueva mujer y su hijo. Mi madre quedó destrozada y nunca se recuperó, vivió una vida de amargura hasta que la depresión la llevó a una muerte temprana. Demasiadas pastillas sin control la llevaron a la oscuridad eterna.
Tenía quince años cuando mi madre murió. Ese mismo día mi abuela perdió una hija y ganó otra, una nieta. Como nos teníamos la una a la otra, nos unimos mucho, éramos buenas amigas y logramos hacer llevadero el dolor que nos unía. Cuando terminé mis estudios en la preparatoria, pensé en estudiar medicina, pero como mi abuela enfermó, quería cuidarla y estar el mayor tiempo posible con ella, me decidí por la enfermería. Los estudios no me consumían todo el día y de paso podría hacerle los controles necesarios a ella personalmente.
¿Mi vida personal? No digo que fuera un desastre, pero tampoco era la dicha personalizada. Luego del fiasco vivido por mi madre, pese al amor que parecía profesarse la pareja, decidí que no confiaría en los hombres. Nadie me tomaría por sorpresa como le sucedió a ella y jamás confiaría en la palabra de ninguno. He tenido amigos, otros que han querido algo más, se los he dado, pero no por más de una noche. Ese era mi récord de parejas, una noche y no lo vuelvo a ver, no contesto el teléfono, ni doy suficientes datos como para ser encontrada.
Quizás no sea la mejor de las maneras de vivir, pero hasta el momento me ha funcionado. Me gusta mi vida, cuando quiero compañía la tengo, y cuando quiero mi soledad también. Cuando por fin me recibí de enfermera profesional, no se podía hacer mucho por mi abuela. No acepté en ese momento ningún trabajo, dediqué mis días a cuidarla hasta su muerte, tal y como ella hizo por mí, cuando mi madre nos dejó.
Ella se fue en paz al saber que tenía un título para sobrevivir en la vida y me dejaba su apartamento, junto con algo de dinero. Yo estaba conforme conmigo por toda la ayuda que pude brindarle hasta el momento que dio un paso a su vida eterna. Me había quedado sola. En un primer momento me dediqué a hacer lo que me gustaba: visitar lugares que antes no podía ir, me hice adicta al cine, me encantaba ver películas y pasé varios meses dentro de las salas poniéndome al día. 
Cuando el ocio me cansó, decidí buscar trabajo en los distintos hospitales y clínicas privadas. Envié varias solicitudes e hice otras tantas entrevistas, hasta que al final me llamaron de dos hospitales. Luego de visitarlos a ambos, me decidí por uno. Mi primer día de trabajo parecía estar transcurriendo de forma normal, mis compañeros decían que era un día tranquilo. Como no tenía mucho por hacer, aproveché para conocer el lugar a fondo y ponerme al día con algunos casos que requerían de vigilancia permanente.
Me tocó el turno de la tarde, cuando faltaba una hora para irme, un gran alboroto en la entrada de emergencias llamó mi atención. Traían un paciente que se había accidentado con su auto, el médico de turno se hizo cargo, tras examinarla de forma exhaustiva y no lograr que reaccionara, solicitó una sala de operaciones, allí el equipo completo estuvo trabajando para salvarle la vida por más de seis horas.
La jefa de enfermería me pidió si podía cubrir el turno siguiente porque uno de los enfermeros había faltado acepté sin problemas, no tenía mucho por hacer. Me quedé rondando la sala de enfermería, hasta que me tocara la nueva ronda de controles. No pude evitar escuchar las conversaciones de los otros enfermeros.
—No creo que salga de la inconsciencia —comentó.
Los comentarios iban en aumento y pasaban de boca en boca.
—Al parecer fue un accidente terrible.
—¿Estaba sola?
—¿Tiene identificación?
Nadie tenía idea de nada, mucho menos cómo sobrevivió a semejante accidente. Eso si lo lograba, era muy pronto para decir que la mujer estaba fuera de peligro. La noche iba a ser larga por lo que fui a la cafetería del hospital por un café. Allí no había mucha gente a esa hora, pero sí un par de policías que estaban por noticias de la paciente recién ingresada. Mientras esperaba mi café, escuché su conversación.
—Es increíble que los bomberos la pudieran sacar de adentro de los hierros retorcidos del auto con vida.
—¿Qué dijeron? ¿Estaba sola?
—Sí, al menos no encontraron a nadie más, ni dentro, ni fuera —respondió su compañero.
—Otro de los bomberos se quedó a revisar el auto y buscar efectos personales, pero no halló nada.
—Eso es muy raro.
—Sí que lo es, fíjate que el auto que conducía tampoco tenía las patentes. De ser así se podría seguir el rastro y saber quién es o quién lo alquiló en caso de serlo.
—Tendremos que esperar a que despierte para que nos dé la información y nos cuente qué sucedió.
—Seguramente es una de las tantas conductoras ebrias.
—No lo creo, según los primeros auxilios que le prestó uno de los bomberos dijo que no le encontró olor a alcohol y coincidió con el primer análisis que le hicieron aquí al llegar.
—¿Perdió el control del vehículo entonces?
—No, por las raspaduras y las rayas de otro color encontradas en un primer reconocimiento del vehículo, da a entender que fue chocada por otro auto de lleno en uno de los laterales.
—¿En el accidente había otro auto?
—No, no, solo el suyo, es evidente que se dio a la fuga.
Tomé mi café y me fui nuevamente a la sala de enfermería, estaba asombrada con todo lo que escuché. No la conocía, no logré verle el rostro cuando ingresó a emergencia, pero sentía mucha pena por ella. Regresando a la sala de enfermería comentaban que habían sacado a la paciente del quirófano e ingresado a cuidados intensivos. Me quedó una profunda angustia instalada en mi pecho, después de eso estuve trabajando y no supe nada más. Cuando terminé mi segundo turno me fui a casa a descansar.
Después de la muerte de mi abuela, pinté y redecoré el apartamento; a ella no le hubiera gustado que viviera sumida en la tristeza y los recuerdos. Cambié el mobiliario y rediseñé la cocina, una más moderna. Dejé al final de la amplia sala un antiguo reloj de pie para que me acompañara, era uno de sus preferidos, regalo de su único amor, su esposo, mi abuelo.
Al otro día me levanté temprano, tomé café, hice la limpieza, miré el diario para ver alguna noticia de la paciente ingresada la noche anterior en el hospital. Nada ni de la mujer, ni del accidente. No podía quitarla de mis pensamientos y ni siquiera la vi, pero algo me atraía de su historia como un imán, no sabía qué era, quizás solo fuera lástima. 
Volví a mi trabajo y estuve ocupada todo el día, casi al acabar mi turno pude enterarme de que la mujer estaba en coma y sin pronósticos alentadores de que despertara. Nadie había llegado al hospital preguntando por ella. Me daba tanta pena que estuviera sola, pero era nueva allí y en cuidados intensivos solo podían entrar los familiares. Después de una semana no me aguanté y hablé con la jefa de enfermeros para pedir permiso para entrar en horario de visita fuera de las horas de mi trabajo. 
Me costó mucho convencer a uno y a otro hasta que, al fin como ningún familiar aparecía preguntando por ella, me dejaron. Uno de los médicos dio el permiso, y dijo que podría ser de gran ayuda para la paciente que se le hablara y se le leyera, no se podía saber si un paciente en coma escuchaba, no me costaba nada y quería hacerlo. Estaba tan contenta que compré varios libros, en mi primera visita, hice un reconocimiento del lugar y de la paciente en cuestión.
Estaba conectada a unas cuantas máquinas, pero me las arreglé para poder estar lo más cerca de ella posible. Le sacaron las vendas de la cabeza y se veían varios puntos de suturas. Habían rapado su cabello que le comenzaba a crecer nuevamente, noté que era de un color castaño rojizo. Tomé nota mental para comprar los utensilios necesarios para peinarla más adelante. Comencé leyéndole una novela, divertida, quería un ambiente alegre a su alrededor. Todo lo que hacía ahí dentro lo comentaba en voz alta, tenía la esperanza de que se sintiera acompañada.
Confieso que muchas noches que no quería volver a mi apartamento, me escabullía y me sentaba cerca de mi paciente favorita, sin ser vista. Compré una crema hidratante y la dejé allí en un armario para ella, cuando tocaba la hora de visita iba y le masajeaba el cuerpo, quería que sus músculos se mantuvieran para cuando despertara. Mis compañeros me decían que perdía mi tiempo, que no volvería a despertar, era raro que una persona saliera del coma y tuviera una vida normal, eso solo pasaba en las películas. Aunque existían datos de varios pacientes en el mundo que lo lograron.
Mi confianza en que ella saldría adelante crecía día a día a pesar de que no daba ningún indicio de hacerlo. En cada visita comenzaba masajeándole las manos, dedo por dedo, los brazos, las piernas, hacía mover sus articulaciones, la cambiaba de posición, de un costado a otro. Cuando quedaba satisfecha de que hubiera hecho trabajar todo su cuerpo, ponía música y me sentaba a leer.
Fueron varios los libros y varios los meses que pasamos en la misma situación, yo hacía todo el trabajo, ella se negaba a colaborar. Aunque todos a mi alrededor perdieron las esperanzas, yo no lo hice. Era una mujer muy bella, se notaba que podría rondar entre los cuarenta y cinco y cincuenta años, pero muy cuidada, no teñía arrugas. Me negaba a pensar que todo estaba perdido. Su cabello estaba bastante largo, por lo que me pasaba un tiempo cepillándolo, con la esperanza de que notara mis cuidados y volviera a estar entre nosotros.
Quizás fuera el hecho que no tenía familia lo que no la incentivaba a salir de su estado. A pesar de mi lectura, de la música y de que le hablaba continuamente, eran casi nulos los progresos en ella. Comenzaba a desanimarme, pasaron varios meses y nadie creía que despertaría, más bien todos esperaban lo peor.
No podía creerlo cuando una de las enfermeras de terapia intensiva me llamó esa mañana para contarme que mi amiga desconocida, como la llamaban, había despertado. No supo decirme nada más. Faltaba poco para la primera hora de visita y ese día no trabajaba por lo que me apuré y fui a verla. La conmoción era mucha, no solo despertó sino, que también habló.
Me contaban mientras esperaba para entrar a verla, que preguntó dónde estaba, qué sucedió y quién era, al parecer no tenía recuerdos. En ese momento me invadió una gran angustia, despertarse en un lugar desconocido sin saber su identidad, ni dónde se encuentra, sería para volver loco a cualquiera. Pero el médico tenía razón, tenían que mostrarse cautos y no alterarla. Todos estaban acostumbrados a informarme como si en verdad fuera un familiar. Hasta el momento yo era lo único con lo que ella contaba.
Le hizo algunas preguntas a la enfermera y como supuse, al darse cuenta de que no recordaba nada se desesperó, comenzó a hiperventilar y tuvieron que suministrarle sedantes para tranquilizarla y la dejaron descansar. Con todo el ajetreo ocasionado por el nuevo estado de la paciente, la hora de visita había terminado, pero como me conocían me dejaron pasar. Me senté a su lado y la tomé de la mano después de un tiempo despertó, la miré feliz con una gran sonrisa. Como imaginé tenía muchos interrogantes traté de confortarla y de decirle que habría tiempo para todo, pero la angustia se apoderó de ella, cerró sus ojos y vi cómo las lágrimas corrían por sus mejillas. No supe cómo consolarla, creo que no habría forma de hacerlo con nadie en su situación, me quedé a su lado y dejé que se desahogara. Al poco tiempo su respiración se ralentizó, se durmió de nuevo, un poco más tranquila.
Cuando me aseguré de que estaba bien dormida, le puse música suave, lo hice una costumbre, casi un ritual. Salí contenta del hospital pensando que debía comprarle unas cuantas cosas, las únicas pertenencias que tenía la pobre era una bata de hospital que le cambiaban con regularidad. Compré un par de camisones, un espejo de mano, peine, cepillo y unas hebillas para el pelo. Quería comprarle ropa y demás cosas, pero esperaría a ver cómo continuaba su evolución.
El médico comentó que fue muy bueno y de mucha utilidad el tiempo que pasé con ella, moviéndola y masajeándole los músculos. En ese momento se sentía muy optimista en cuanto a la recuperación física total de la paciente. En cuanto a su memoria se mantenía cauto en arriesgar un pronóstico.
Comenzaron enseguida con las terapias de recuperación, masajes, kinesiología y todo tipo de estímulos que la dejaban agotada. Se quejaba porque no podía descansar, pero se la veía con muchas ganas de mejorar. Al poco tiempo no era necesario que permaneciera en terapia, por lo que la trasladaron a una habitación común. A pedido mío la trasladaron al sector donde trabajo, y así tenerla cerca y que se sintiera acompañada. Para qué voy a mentir, también me sentía acompañada con ella cerca, en verdad me acostumbré a tenerla y la sentía como de la familia.
Nos veíamos más seguido, en mi guardia y en las horas libres cuando me quedaba a hacerle compañía. Cuando la llevaban a sus terapias, me iba a mi casa y de compras, un día llegué y dormía profundamente. La enfermera me comentó que hizo grandes progresos en las barras paralelas. Se esforzaba al máximo, pero terminaba exhausta. Sin hacer ruido guardé en el armario lo que le compré.
Hacía unos días que le había dicho que tenía que hablar con ella, pero ambas habíamos estado muy ocupadas. Cuando yo estaba libre, ella dormía cansada y en el día teníamos mucha gente alrededor para tocar ciertos temas que le importaban solo a ella. Sabía que no permanecería mucho tiempo más en el hospital, su recuperación era increíble, ponía tanto esfuerzo en lo que hacía, que terminaba lográndolo. 
Muchas veces la observé detrás del cristal de sus terapias y aunque los intentos por caminar o por usar de manera normal sus manos y brazos, muchas veces fracasaban, ella no se daba por vencida. Antes de su accidente debía haber sido una mujer muy testaruda, porque no se permitía nada a medias. Para ella estaba bien si lograba hacerlo como debía, eso la hacía una mujer de una fortaleza admirable.


3
Ana
Un día desperté. La luz lastimó mis ojos al abrirlos. Mi cuerpo se sentía pesado, duro como si fuera de cemento. Me encontré en una impoluta habitación, todo era blanco. Unos cables salían de mi cuerpo y se conectaban a una máquina que emitía unos pitidos molestos. Estaba sola, el lugar era relativamente pequeño y al frente tenía una media pared de vidrio. Por allí veía pasar gente vestida de blanco, no sabía dónde estaba, y nadie se acercaba hasta mí para explicármelo. 
Registré todo a mí alrededor, mover la cabeza y los ojos suponía un esfuerzo titánico. En la cabecera de la cama donde estaba acostada colgaba un cable con un timbre. Estiré mi brazo libre, los músculos me dolían y no me obedecían, mis movimientos eran torpes y sentía que las extremidades me pesaban horrores y me hormigueaban. El primer intento por alcanzarlo desvió mi brazo que cayó sobre la almohada como una pesada viga, otro intento y uno más hasta que logré alcanzarlo. Lo apreté o eso creí, pero en realidad solo apoyé el dedo, esforcé a mi mente para enviar el mensaje que debía apretar el botón, pasó unos segundos hasta que lo logré una vez y esperé. Nadie acudía a mi llamado, volví a ordenarle a mi cerebro que repitiera la acción y luego de varios minutos logré apretarlo dos veces seguidas y volví mi mirada expectante hacia la puerta.
Poco después entró una enfermera con los ojos tan grandes que parecía que se le iban a salir de la cara. Me miró como si fuera un espécimen raro, miró las máquinas, volvió a mirarme, pero no decía nada.
—¿Me puede decir dónde estoy? —pregunté. Mi garganta me raspaba y me dolía al hablar y lo hice con mucho esfuerzo, esbocé una voz pastosa y grave. 
—En el hospital —respondió de forma escueta mientras me tomaba de la muñeca y apoyaba el aparato que llevaba alrededor del cuello sobre mi pecho.
—¿Por qué? —quise saber.
—¿Por qué está en el hospital? ¿No lo recuerda? —preguntó con una mirada extraña—  Iré por el médico.
Salió por donde había entrado hacía apenas unos segundos y me dejó nuevamente sola y aterrorizada. No tenía idea de lo que me pasó, no recordaba nada y en ese preciso momento comenzó a faltarme el aire. Me acababa de dar cuenta de que no sabía ni mi nombre.
—Inspire... expire... inspire... —indicó el médico que no supe en qué momento llegó a mi lado, igual que la enfermera y otra gente que rodeaba mi cama.
—Tranquila —pidió la enfermera que entró la primera vez, masajeándome la espalda.
Cuando al fin la respiración se normalizó, me sentía muy cansada, mucho movimiento a mi alrededor y gente hablando cosas que no entendía, los párpados me pesaban y aunque no quería dormirme, al parecer lo hice. Volví a despertarme, no sé cuántas horas habré pasado dormida, esta vez no estaba sola. Una simpática joven con una gran sonrisa estaba sentada a mi lado y me tomaba de la mano.
—¿Se siente mejor? —me preguntó.
—Me siento bien, me duele un poco la garganta al hablar y no logro recordar nada —hablaba en un tono muy bajo, pero ella me escuchó perfectamente. 
—No se preocupe, el médico dijo que era normal, estuvo inmóvil durante mucho tiempo tras el accidente, pero se recuperará —trató de tranquilizarme la enfermera.
—¿Accidente? ¿tuve un accidente? —un acceso de tos me asaltó por el esfuerzo de hablar.
—No se preocupe por eso ahora, ha despertado, es lo importante, no esfuerce su garganta —me pidió.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde mi accidente? —no le hice caso necesitaba saber, me las arreglé para susurrar y que me escuchara.
—No se preocupe, apenas ha recobrado el conocimiento hace unas horas, pronto irá recuperando su memoria —continuaba tratando de tranquilizarme, se la veía nerviosa.
—¿Cuánto tiempo? —insistí ronca por el esfuerzo y el enojo de que no me hiciera caso.
Al parecer lo que vio en mis ojos la hizo compadecerse y decidió contarme algunas cosas.
—Hace ocho meses, la trajeron aquí tras un accidente con su auto, fue la única persona que encontraron en el lugar. Ese día fue mi primer día de trabajo en este hospital por eso sé el tiempo exacto.
—Ocho meses —repetí tratando de recordar cuánto tiempo era eso—, treinta y seis semanas… ¿y nadie ha venido a buscarme o a preguntar por mí?
—Nadie, lo siento, pero no se angustie, pronto recordará, la ayudaré en todo lo que necesite.
No quise escuchar nada más, cerré mis ojos y traté con todas mis fuerzas de saber quién era, de recordar algo. La chica sentada a mi lado no se fue, me acompañó en silencio todo el tiempo que estuve con los ojos cerrados y las lágrimas cayendo en torrente por mis mejillas. Escuché que puso música suave, seguramente quería que me calmara. No sé cuánto tiempo pasé así, solo sé que me dormí y desperté en un nuevo día. Vino una persona que dijo que teníamos que controlar todos mis signos, haríamos nuevos análisis, placas y todo tipo de estudios.
Al fin me devolvieron a mi habitación, estaba muy cansada, cuando vi la cama me alegré, podría descansar y dormir todo el día. Pero la enfermera, tenía otros planes para mí.
—Primero va a desayunar, luego la ayudaré a asearse.
—Estoy cansada quiero dormir —me quejé y mi garganta quemó.
—Dormirá, pero después de haber hecho lo que le dije. Es muy importante para su recuperación total —insistió.
Creo que tenía razón, cuando terminamos me sentía limpia, acababa de tomar mi desayuno, y no estaba tan cansada. Toqué el timbre con la esperanza de que alguien me ayudara, para mi alegría apareció Tamara, la joven que me acompañó en mi desesperación la noche anterior. No trabajaba en este piso, pero cada vez que podía se escapaba para verme. Eso me lo contó la enfermera que me ayudó a bañarme.
—¿Podrías conseguirme algo para arreglar mi cabello?
—Por supuesto —su sonrisa iluminaba el lugar. 
Fue hasta un armario cercano, abrió y sacó un pequeño espejo, un peine y un cepillo junto con una hebilla para sujetarlo, movió el comando de la cama hasta dejarme medio sentada. Me alcanzó el espejo y con una increíble suavidad comenzó a cepillarme el cabello, la acción me relajaba y me gustaba mucho.
 Tamara se presentó en mi habitación unas horas después de que me despertara por primera vez. La encontré sonriente sentada junto a mí, intentó consolarme y le agradecí mucho que me dejara desahogar sin toda la palabrería médica con que los demás me trataban. Ella a pesar de ser enfermera del hospital, no pertenecía a terapia intensiva, donde estuve hasta ese momento. Pero me contó que me visitaba siempre que podía en sus horas libres.
—¿De quién es todo esto? —pregunté haciendo referencia a lo que sacó del armario.
—Es suyo, lo compré para peinarla.
Esa revelación me emocionó, tenía algo que me pertenecía, Tamara me contó que quienes me rescataron y trajeron al hospital, no habían encontrado ninguna pertenencia. No tenía identificación ni cartera. Nada que dijera quién era o de dónde venía y en ese momento a nadie le importó, se ocuparon de asistirme y salvarme la vida.
—Gracias...
—No tiene nada que agradecerme, para mí fue un placer peinarle ese hermoso cabello —respondió guiñándome un ojo sabiendo que no era eso lo que le agradecía.
Al poco tiempo no era necesario que permaneciera en terapia intensiva, por lo que me llevaron a la sala común. Por suerte allí tenía más cerca a Tamara, ella era tan buena conmigo que su sola presencia me tranquilizaba. No sabía qué me había pasado, no recordaba nada, pero sabía que quería mejorar y tomar la segunda oportunidad que me daba la vida. Pasé muchas horas hablando con Tamara del tema, ella es una persona agradecida del destino y ha hecho que yo también lo sea.
Los días fueron pasando y las semanas también, un día ingresó el médico y me dijo que me daba el alta, que estaba muy bien físicamente. Aunque me apoyaba en un bastón y mis manos comenzaban a responderme bien, no era necesario permanecer hospitalizada. Seguiría acudiendo a mis terapias al consultorio. Después de que el médico se fue, me sentí morir, ¿qué iba a hacer? ¿Dónde iba a ir? Si ni siquiera sabía cómo me llamaba. Me desesperé, me tiré sobre la cama y comencé a llorar, al parecer era lo único que sabía hacer bien últimamente.
Unas horas más tarde vino Tamara a decirme que el médico dejó firmada el alta. Podía irme y parecía muy contenta, la miré sin entender su felicidad.
—¿Qué voy a hacer ahora? —dije a nadie en particular.
—Comenzar a vivir esta segunda oportunidad que te dio la vida —me respondió Tamara.
—Esas palabras son muy lindas, pero no creo que sean aplicables a mi situación. 
—¿Por qué lo dices?
—Porque lo único que tengo para comenzar esta nueva vida que tú dices es el camisón que tengo puesto y ni siquiera es mío, es tuyo. No sé quién soy, dónde vivo, si tengo familia, que no creo, porque nadie me buscó. 
—Eso pronto se arreglará, ya lo verás.
—Pero no lo suficientemente pronto. ¿Puedes decirme a dónde iré en camisón una vez que salga de aquí?
—¿Te acuerdas de que hace días te dije que teníamos que hablar?
—Me acuerdo, pero has estado muy ocupada, no soy tu único paciente. Y bueno yo también lo he estado.
—Es verdad. ¿También te acuerdas de que te dije que comencé a trabajar al hospital el mismo día que te trajeron a ti?
—Sí, me acuerdo.
—Desde ese día me he ocupado personalmente de tus cuidados, en mis horas o días libres, te he acompañado y te he leído sin saber si podías oírme.
—¿Eres así con todos tus pacientes?
—Sí, pero los demás tenían a sus familias para que los ayudaran, tú solo me tenías a mí.
—No sé cómo podré agradecértelo —dije con un nudo en la garganta.
—No tienes nada que agradecerme, lo hago con cariño. Es por eso que me voy a tomar el atrevimiento de decirte que puedes venir a vivir conmigo a mi apartamento. No es muy lujoso, ni muy grande, tengo dos habitaciones y una está vacía. Vivo sola y hay suficiente espacio para las dos y un poco de compañía me vendría bien.
—¿Vas a llevar a una desconocida a tu casa? ¿No tendrás problemas con tu trabajo, por llevarme contigo?
—En estos meses te he conocido, claro no te enterabas, pero conversé mucho contigo, me ocupé de tus músculos, leímos juntas y escuchamos música. Sé que no es igual para ti, recién me conoces, pero creo que te caigo bien. Tienes el alta del hospital, a ellos no les interesa lo que tú ni yo hagamos fuera.
—No puedo cargarte con la responsabilidad de mantenerme. Nadie me dará trabajo, ni siquiera tengo nombre. Me caes mucho más que bien, eres en este momento lo único que tengo en esta vida.
—Por eso no te preocupes, no soy rica, tengo un buen sueldo y vivir sola me ha permitido tener ahorros. Te compré algo de ropa y unos zapatos, luego veremos qué te gusta y qué te sienta.
—¡Ropa! ¿Me has comprado ropa? —no sabía qué decir y me largué a llorar, sí, otra vez. 
Estaba muy sensible y el hecho de que Tamara se estuviera ocupando de mis necesidades me angustiaba, era muy buena y no quería ser una carga para ella.
—Tranquila, no es gran cosa, espero que te quede bien —explicó mientras me acompañaba al baño y me daba la ropa para que me vistiera.
Todo me quedaba perfecto, hasta el calzado, me sentía feliz, tener en estos momentos a alguien en quien apoyarme, era un gran alivio a una de mis penas. Tamara era una chica de unos treinta y tantos, muy bonita, de pelo negro que se lo cortaba muy corto, el contraste con su piel blanca le hacía resaltar sus hermosos ojos verdes. Yo me miraba y trataba de compararme con ella y al hacerlo calculaba que podría tener más de cuarenta años. Estaba delgada y mi cabello era lacio y castaño rojizo, tenía ojos claros color miel y casi no tenía arrugas.
Mientras me arreglaba trataba de entender mi situación.
—Hay algo que no entiendo —dije desde el baño.
—Dime.
—No tengo ningún recuerdo de mi vida, ni quién soy, ni de dónde vengo. Pero recuerdo cómo manejarme en todo lo demás, en cosas básicas y no tanto.
—El ser humano tiene memoria semántica: como los conocimientos generales, el lenguaje, entendimientos y conocimientos conceptuales. La memoria procesal: participa en el recuerdo de las habilidades motoras y ejecutivas necesarias para realizar una tarea. Has estado ejercitándote por el tiempo que tus músculos permanecieron sin movimientos, no porque no los recuerdes, que de hecho sí lo hacías. La memoria episódica: son los sucesos autobiográficos, precisamente los que no recuerdas y suele estar asociado a una experiencia traumática, a veces junto con un fuerte golpe en la cabeza.
—¿Quieres decir que algo me ha traumatizado en el momento que me accidenté? 
—No puedo saber sobre tu caso en específico, pero normalmente suele suceder de esa manera.
—Entonces, si recuerdo qué fue lo que me traumatizó, podría recuperar mi memoria.
—A veces es así, otras el paciente jamás lo recuerda. No debes esforzarte ni empeñarte en recuperar tu memoria, cuanto más relajada estés con el tema, tendrás más posibilidades de que tu mente deje entrar sus recuerdos nuevamente.
—Entiendo.
Cuando salí del baño ella estaba también con ropa de calle y una cartera en su hombro.
—¿Has terminado tu turno? —quise saber.
—Sí y pedí unos días hasta que estés instalada y segura en el apartamento.
—No sabes lo perdida que estaría sin tu ayuda en estos momentos.
—Lo sé, no te preocupes. Iremos resolviendo los problemas de a poco —me aseguró convencida.
Yo no estaba tan segura como ella y el primer problema se presentó cuando salimos a la calle. Aún caminaba apoyada a un bastón, más por seguridad que por necesidad. El sol me dio de lleno y me dolieron los ojos, los cerré y me tapé con las manos.
—Lo siento olvidé comprarte gafas para el sol, toma… ponte las mías —me alcanzó sus anteojos preocupada.
Me los coloqué y de a poco pude volver a ver, el segundo problema estaba frente a mí pocos segundos después. Debía subirme al auto de Tamara para irnos a su casa, pero algo me dejó pegada a la vereda y no me permitía acercarme. Ella se dio cuenta y dio la vuelta abrió la puerta del auto y me empujó con cuidado hasta que quedé sentada y me ató el cinturón.
—No tengas miedo, no ocurrirá nada, iremos despacio —me aseguró con ternura, como si fuera un niño pequeño.
Me sentí muy tonta, pero no podía evitar el pavor que me daba ver un vehículo, imagino que, aunque mi mente no recordaba nada, mi cuerpo sí lo hacía, o mi instinto o vaya a saber qué.
Llegamos a su edificio y ahí tuve que enfrentar un nuevo reto, entrar al ascensor. Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza mientras subíamos hasta no sé qué piso, no me fijé tenía los ojos cerrados y apretaba con fuerza el mango del bastón. Cuando las puertas se abrieron escapé casi corriendo y me di vuelta para mirar si Tamara estaba bien.
—Te acostumbrarás —aseguró con una sonrisa, negando con la cabeza, por lo absurdo de mi comportamiento.
Al fondo del largo pasillo estaba la puerta de Tamara, tenía sobre la madera lustrada una gran letra F en hierro dorado. Esa era mi nueva residencia: la puerta de madera marrón al final del pasillo con letras doradas.
—Pasa, debes estar cansada, te prepararé un jugo de naranjas, tiene muchas vitaminas que necesitarás.
La verdad era que me sentía cansada, pero quería ver dónde viviría. El apartamento era muy lindo, la sala tenía amplios sillones decorados con almohadones de colores. Y un gran televisor colgado de la pared, al fondo tenía una barra en L que separaba a la cocina del resto, por el pasillo dos puertas enfrentadas conducían a los dormitorios y otra al final, el baño. 
Tamara me mostró su habitación y la puerta de enfrente sería la mía, las dos estaban decoradas exactamente iguales, con papel floreado en rosa en las paredes, una cama enorme, una mesita de luz y una cajonera. Una de las paredes era ocupada por un gran ventanal que en ese momento tenía las cortinas corridas para dejar entra la luz del sol. La puerta del final del pasillo era un único y amplio baño.
Volvimos a la barra del comedor y nos tomamos el jugo de naranjas.
—Creo que deberíamos ponerte nombre —anunció Tamara.
—¿Nombre? No lo había pensado.
—De alguna manera deberé llamarte. ¿Qué te gustaría?
—No lo sé.
—Buscaremos un apodo o diminutivo, algo corto.
—Si al menos pudiera recordar mi nombre...
Me quedé en silencio forzando mi mente, pero nada parecía querer revelarse a mí. Ahí donde debían estar mis recuerdos solo quedaba un gran hueco negro, oscuro como la noche. Cada vez que intentaba recordar, lo único que lograba era deprimirme y tener dolor de cabeza.
—¿Qué te parece Nina?
—¡Ana! —escapó el nombre de mi garganta sin poder controlarlo, pero me sonaba como si le faltara algo.
—¿De dónde ha venido eso? ¿Has recordado?
—No, pero el nombre llegó a mi mente, muy lejano apenas entendible, al menos eso es lo que entendí.
—No debes forzar tu mente, sola se abrirá paso entre la bruma. Por ahora te llamaremos Ana. ¿Estás de acuerdo?
—Estoy muy contenta, hasta hace unas horas no tenía más que un camisón, ahora tengo ropa, un nombre, una buena amiga y un techo.
—Claro que tienes en mí a una amiga, verás que juntas saldremos de esta situación, y con el tiempo nos reiremos de este momento.
—Eso espero, es muy triste estar sola y vacía, así me siento y aunque ahora te tengo a ti, el profundo abismo en mi interior me aterra.
Tamara me abrazó y nos quedamos así en un silencio cómodo las dos. Sabía que a ella le dolía mucho mi tristeza, tenía que aprender a disimular para no herirla.
—¿Quieres descansar o que miremos una película?
—Miremos una película, no quiero dormir todavía.
Nos sentamos en su cómodo sillón y Tamara buscó una película que dijo que me gustaría. Yo no recordaba haber visto ninguna, a lo mejor no era de mirar películas.
—Diario de una pasión es una película que siempre me hace llorar. Te gustará.
Como dijo Tamara, nos hizo llorar a las dos, yo estaba muy sensible con todo lo que me estaba pasando. Ella porque siempre lloraba al ver ese tipo de películas. En ese momento me llevé un susto de muerte cuando un timbre comenzó a sonar, no sabía de dónde provenía. Con una sonrisa Tamara fue a atender la puerta de entrada, desde mi posición no podía ver quién estaba, pero intercambiaron un par de palabras y el intruso se fue.
—Tendremos un vecino nuevo, quiere que le haga el favor de recibir su correspondencia hasta que se instale en el apartamento —me contó con una sonrisa— por cierto, es muy guapo.
—A ti todo el mundo te gusta porque eres muy buena —comenté como al pasar.
—No todo el mundo, estoy esperando a mi príncipe azul —compuso una pose teatral mientras hablaba.
—Bueno, a lo mejor es tu nuevo vecino.
—No, es muy guapo, pero no es mi tipo.
Me quedé pensando por unos instantes, ¿cuál sería mi tipo de hombre? no lo sabía. Como tampoco sabía si tenía esposo, si alguna vez estuve casada, si tenía hijos, madre, padre, hermanos. No sabía nada.
—No debes forzar tu mente —me advirtió Tamara sabiendo lo que estaba pensando— pronto la nube desaparecerá y tendrás tu vida nuevamente.
—¿Y si no es así? ¿Si nunca recupero mi memoria?
—Si no es así, te construirás una nueva vida.
—Lo haces parecer muy fácil.
—Lo es, debes dar gracias por tenerla aún y poder hacer uso de ella.
En mi interior sabía que Tamara tenía razón, en esos momentos podía estar muerta. Pero el hecho de que mi mente estuviera a oscuras me preocupaba, quería recuperar mi vida lo antes posible. No quería ser una carga, ella era una muy buena persona y había hecho demasiado por mí al ofrecerme un techo donde vivir, o estaría en la calle.
Esa noche mis sueños fueron agitados, me encontraba en un jardín recostada sobre la hierba rodeada de rosas blancas, podía oler su perfume. Alguien muy a lo lejos me llamaba, pero no lograba entender lo que decía y en vez de acercarse se alejaba cada vez más. Me incorporé para gritarle que no se marchara, que necesitaba su ayuda, que no me abandonara. A los pocos segundos desapareció de mi vista y volví a estar sola y llorando.
Tamara me sacudió de los hombros para traerme devuelta a la realidad, al parecer la despertaron mis gritos. Estaba toda transpirada, agitada y no podía dejar de llorar. Me abrazó fuerte contra ella, hasta que desaparecieron los temblores de mi cuerpo.
—Solo fue una pesadilla —intentó que le restara importancia al asunto.

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